Dicen aquello de “Trabaja duro a tus 20, construye a tus 30 y disfruta a tus 40...”
Pues qué queréis que os diga, yo voy camino de los 50 y disfrutar, lo que es disfrutar, poca cosa… Eso sí, te das cuenta de cómo tu vida ha ido cambiando, ha evolucionado, y eres consciente de cómo la experiencia te permite identificar algunas cosas que, ojalá las hubiera sabido a mis 20, o a mis 30… ¡o la semana pasada! 🤯
Uno de esos aprendizajes, y probablemente el más importante, es el concepto del equilibrio. Pero no entendido como un mantra zen ni como un ideal inalcanzable, sino como una necesidad real y práctica para estar bien en todos los aspectos de la vida.
Hace años, solía pensar que lo mejor que podía hacer por mi vida profesional era entregarme en cuerpo y alma. Trabajaba horas extra, decía que sí a todo, me cargaba con más responsabilidades de las que podía asumir y, al final, acababa agotado. Pero lo más curioso es que, cuanto más tiempo le dedicaba al trabajo, peor me sentía también en lo personal. No tenía energía ni paciencia para mi familia, llegaba tarde a los planes con amigos (si es que llegaba), y, cuando por fin tenía un rato libre, lo único que quería hacer era desconectar el cerebro viendo cualquier cosa en la tele.
Hasta que un día, llegó el verdadero cambio: fui padre 👶. Y de repente, todas esas horas extra, esas reuniones interminables y esa obsesión por estar siempre disponible perdieron importancia frente a algo mucho más grande. Situaciones que antes eran normales, como, por ejemplo pasar dos días fuera de casa por un viaje de trabajo, o llegar a casa “de noche” empezaron a ser incómodas porque me provocaban una sensación de “estarme perdiendo momentos únicos que no iban a volver”. Y eso hizo que algo en mi cabeza hiciera click y replanteara cuáles eran mis prioridades.
Así que empecé a hacer pequeños cambios. Nada radical, nada de discursos motivacionales sobre "redescubrirse a uno mismo". Solo pequeñas decisiones: salir a mi hora cuando el trabajo estaba hecho en lugar de quedarme "por si acaso", recuperar los entrenamientos que tanto me gustaban, decir "hoy no" cuando me proponían una reunión absurda a última hora, etc.
Y lo que pasó fue sorprendente: no solo empecé a disfrutar más de mi vida fuera del trabajo, sino que en la oficina mi cabeza estaba más clara, mis decisiones eran mejores y, curiosamente, el tiempo me cundía más. No porque hiciera menos, sino porque lo hacía mejor, y sobre todo me enfocaba en lo importante.
Fue entonces cuando conocí el concepto de ikigai, esa filosofía japonesa que explica la razón de ser de cada persona. Básicamente, el ikigai se encuentra en el punto en el que confluyen cuatro elementos clave:
✔️ Lo que amas ❤️.
✔️ Lo que se te da bien 👍.
✔️ Lo que el mundo necesita 🌎 (o al menos, algo que aporte valor a otros).
✔️ Por lo que te pueden pagar 💰.
Cuando estos cuatro factores están alineados, encuentras una razón profunda para levantarte cada mañana con energía. Y lo que descubrí en mi propio proceso de búsqueda de equilibrio es que muchas veces no es que el trabajo esté mal o que la vida personal sea un caos, sino que nos hemos alejado de nuestro ikigai.
En mi caso, me di cuenta de que dos de las cosas que más amo son mi familia y el running. La primera es mi pilar, lo que le da sentido a todo. Y la segunda, una vía de escape y superación personal que me ha enseñado más sobre disciplina, esfuerzo y resiliencia que cualquier libro de gestión. Cuando empecé a darles el espacio que merecían en mi vida, el resto de piezas empezaron a encajar mejor.
En cuanto a lo que el mundo necesita… bueno, no voy a salvar el planeta ni a cambiar la humanidad, pero encontré una forma de aportar mi granito de arena a través de proyectos de consultoría solidaria. Poder ayudar a pequeñas organizaciones o emprendedores con mi experiencia me permite darle un poco más de sentido a lo que hago, sin que eso implique una carga adicional o una renuncia.
Y así, al equilibrar mi tiempo entre mi familia, el deporte, las amistades, mi trabajo y algo que aporte a otros, me di cuenta de que no se trata de encontrar una única pasión o una única misión en la vida, sino de lograr que las piezas de tu vida se complementen en lugar de competir entre ellas.
Porque al final, no se trata de trabajar menos ni de olvidarse de las responsabilidades, sino de alinear lo que hacemos con lo que realmente nos llena. Y cuando eso sucede, trabajar no es una carga, y la vida fuera del trabajo no es solo un escape. Es un círculo que se retroalimenta y nos permite vivir de verdad.
Y es una lástima que esto no lo descubramos con 20 años, pero creo que es la experiencia y el recorrer el camino lo que te hace consciente de qué es lo importante para ti, y ser capaz de identificar qué elementos puedes mapear en cada uno de los cuatro elementos clave del ikigai.
Ahora la pregunta es: ¿cuánto te estás acercando a tu propio ikigai? 🌱
📅Efeméride de la semana
Hoy se celebran 50 años de cuando dos empollones con más cerebro que vida social fundaron Microsoft. Sí, medio siglo desde que Bill Gates y Paul Allen, con sus gafas a juego, decidieron crear el imperio que nos haría maldecir ante pantallas azules y actualizaciones inoportunas.
¿Quién habría apostado que aquel Bill despeinado acabaría siendo uno de los más ricachones del planeta? De programador paliducho a filántropo global, mientras nosotros seguimos reiniciando ordenadores como solución universal a todo problema. 50 años de Microsoft... ¡Casi ná!
Muy bueno! En mi caso el nacimiento de mi hija me dio las fuerzas para dejar lo anterior y dar el salto que ya sabía que tenía que dar.
Por cuenta ajena me apunté a proyecto sociales dentro de la empresa pero luego comprendí lo que dices que tampoco hace falta salvar el mundo, simplemente con hacer la vida más fácil a mis clientes ya siento que estoy ayudando :)